miércoles, 4 de febrero de 2009

EL HECHO :



AUTORA : ANDREA PAPARELLA

Llega el momento, ya con nuestros abrigos en la mano nos dirigimos al ascensor. Estamos un poco serios, cortados. Vamos nuevamente al pub del otro día, volvemos a pedir unos cubatas.
Elegimos unos reservados para sentarnos, o sea que lo tenemos muy cerca, al lado. ¿Qué es lo que pasa?, No podemos hablar, parece que él tampoco. Esto es ridículo, se acelera nuestra respiración y nos vamos acercando. Damos la orden de parar a nuestro cerebro, pero no nos hace caso. No somos nosotras, es otra tía la que está en nuestro lugar, haciendo estas cosas. Ya no podemos más, nuestras caras están separadas por milímetros, finalmente nos abandonamos, sentimos el contacto de su boca y ...Dios, cuánto placer. No podemos parar, temblamos enteras, necesitamos estar a solas, quitarnos la ropa, sentir su cuerpo. Nos separamos por miedo a montar un espectáculo ahí mismo, respiramos agitados. La pregunta está en el aire. ¿Dónde ir?
Hay un hotel a cinco minutos –nos dice-. Vamos-decimos-.
Cuando estamos en la puerta de la habitación, todavía agitados, nos mira y nos pregunta si estamos seguras. No respondemos, sólo abrimos la puerta y entramos. Lo que sucede ahí dentro pasa a ser uno de esos momentos que más tarde se convertirán en uno de nuestros recuerdos favoritos. Nos quitamos la ropa con urgencia, nos abrazamos desnudos acariciándonos y conociéndonos al mismo tiempo. La conexión es total, la química es total. Necesitamos más, Oh! Qué bonito, qué bonito. Cuánto hacía que no sentíamos esto. Increíble. Cuando acabamos, sentimos miedo, ¿Cómo será el después?, tal vez sea de estos tíos que pasan de las tías al minuto de acabar. Error. Nos quedamos acostados descansando, nos abraza protector, cariñoso, sin hablar. Sólo nos falta el cigarrillo, pero ninguno de los dos fuma, así que aquí estamos, echadas junto a un tío que nos ha movido enteras. No queda otra opción, tenemos que hablar, pero no lo haremos hoy, que sea otro día. Nos levantamos lentamente y comenzamos a vestirnos. Nos mira con una expresión que no sabemos definir. Nos acercamos, le damos un gran beso húmedo y nos vamos. Caminamos lentamente hacia el coche, preguntándonos si de verdad pasó lo que pasó, o fue solo un sueño. Lo único que tenemos claro es que fue increíble, impresionante. Tratamos de controlar nuestros sentimientos. Control, necesitamos control. Ante todo somos madres, no hay que olvidar eso. Podemos llevar esta situación con adultez, estamos seguras.
Comienza una nueva etapa para nosotras; la de la conciliación de la familia, el trabajo y el amante. Menuda tarea. Ya en casa, caemos en la cuenta de que nos hemos acostado con un desconocido, nos ponemos a temblar, ¿Y si está enfermo?, por suerte hemos utilizado condón, pero lo dejamos jugar demasiado en los preliminares, cuando aún no se lo había colocado.
Nos tranquiliza un poco saber que tiene pareja estable, está casado ¿no?, pero, ¿y si tiene por costumbre hacer lo que ha hecho con nosotras?. Tendremos que hablar con él para aclarar todas estas dudas. Nos hemos metido en un buen lío. Estamos tan eufóricas que no podemos dormir, nuestro marido intenta un acercamiento justamente esta noche; no lo podemos creer.
De un codazo nos lo quitamos de encima alegando que estamos cansadas y nos duele todo.
No tenemos estómago para hacer nada con él, y lo peor es que no sabemos si lo tendremos más adelante. Lo iremos averiguando sobre la marcha, de momento lo más importante es mantener la sangre fría. Al día siguiente nos dirigimos al trabajo sintiéndonos raras y culpables, al entrar, nos imaginamos que todos están enterados de lo que pasó, pero es sólo nuestra imaginación. El está allí, frente a su ordenador, levanta la mirada y nos sonríe tranquilizándonos.
Nos sentimos un poco débiles, se nos quitó el hambre y no hemos desayunado, sentimos cosas raras en el estómago. Nos metemos de lleno en el trabajo. Al terminar el día, él se acerca y nos pregunta cómo estamos, le respondemos que bien. Nos vuelve a invitar a tomar algo.
Durante un segundo deseamos pasar de esta historia, y volver a casa tranquilas como siempre.
Pero al ver su cara, y su deseo en los ojos, de pronto nos urge corresponderle. Llamamos otra vez a nuestro marido, esta vez inventamos un aperitivo con un cliente importante. Al contestarnos, su voz nos transmite desaprobación. No nos importa. Esta vez, mientras vamos andando hacia el pub, nos atrevemos a hacerle algunas preguntas. Nos enteramos de que, efectivamente está casado hace 8 años y que no, normalmente no hace estas cosas. Nos dice que cuando nos vio sintió algo especial, y además, por lo que podemos ver, tiene las mismas ocultas convicciones que nosotras. No podemos reprocharle ni criticarle nada. Solo intentamos dejarle claro que esto debe ser tomado como lo que es, una aventura pasajera, un quitarnos las ganas, un golpe de oxígeno.
No hay lugar para enamoramientos infantiles, nuestra vida está organizada y deseamos que siga así. Hay niños de por medio. Nos dice casi lo mismo, y le tranquiliza mucho saber que pensamos como él. Bien, la cosa marcha como queríamos, estamos firmemente convencidas de lo que dijimos. Y de todas formas, si llegásemos a enamorarnos de él, nunca se lo diríamos, tendríamos que tener la fuerza suficiente para hacernos las superadas, como si fuésemos perfectamente capaces de vivir con, o sin él. Por los niños, no debemos perder la cabeza en ningún momento...

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